domingo, 24 de mayo de 2009

LA EDUCACIÓN FRENTE AL PROCESO DE INDUSTRIALIZACÓN

El concepto de educación, entendido como transmisión del saber y valores acumulados, ha existido desde tiempos remotos. En un principio, en las culturas primitivas tomó la forma de enculturización, es decir, transmisión cultural basada en las prácticas. El propósito era, por cierto, adquirir competencias sociales para ser parte de la tribu o grupo y así asegurar su supervivencia. En este tipo de sociedades existió muy poca educación formal, más bien el entorno fue visto como una sala de clases y todas las actividades a desarrollar fueron consideradas tareas. El rol de profesor era desempeñado por adultos. En la medida que las sociedades se hicieron más complejas, la cantidad de conocimiento aumentó e hizo necesario una forma más especializada de transmisión cultural. El resultado fue la educación formal, esto es la escuela y el especialista llamado profesor. De este modo, la experiencia educacional estuvo cada vez menos relacionada con la vida cotidiana, con el aprendizaje situado y más con la conceptualización de ideas cuyos referentes eran abstractos.

A medida que la sociedad otorgó más importancia a la educación, también intentó estandarizar objetivos, contenidos y estrategias de educación que aseguraran a todos las mismas oportunidades de aprendizaje. Una de las consecuencias más importantes de esta visión fue la aceptación gradual de que la educación debía ser responsabilidad del Estado. Este anhelo se irá estructurando institucionalmente en el tiempo y traerá como resultado, hacia fines del siglo XIX, la consolidación la educación pública en países como Francia y Alemania, y vivirá durante largos años una cómoda situación de estabilidad y aceptación absoluta. Sin embargo, a mediados del siglo XX, y a consecuencia del desenlace de la segunda guerra mundial, el mundo comienza a vivir una vertiginosa época de grandes transformaciones culturales. El acelerado avance en el campo de las ciencias, van condicionando un ambiente de optimismo generalizado y una cierta euforia, que se concretan en los éxitos de la carrera espacial y en el bienestar económico que disfruta el primer mundo y que, paralelamente, va dejando al descubierto las limitaciones de reparto equitativo y justicia social de los sistemas capitalistas. La misión educativa del sistema escolar tradicional empieza a ser objeto de fuertes cuestionamientos, concibiéndose como una institución que demanda grandes inversiones, y que además se había quedado desfasada en sus contenidos y en sus métodos. Este ambiente lleva a pensar en la necesidad de una reestructuración global de la educación, situación que fue el caldo de cultivo para el planteamiento de nuevas teorías en éste ámbito que si, en un primer momento, fueron específicamente educativas, pronto algunas de ellas van a ir más lejos , aspirando a la consolidación de transformaciones sociales más generales.

Para Olegario Negrín Fajardo, las fuertes críticas de los años setenta a la institución escolar, como un órgano obsoleto, ineficaz, mal organizado y excesivamente gravoso para la sociedad, son maximizadas con la crisis económica del 73, que puso en duda las instituciones capitalista y el bienestar burgués occidental, otorgando espacio para la incertidumbre en lo futuro. La educación fue tachada como responsable de este declive económico.
Otro elemento que incentivó la proliferación de ideas de desescolarización fue el desarrollo tecnológico de los medios audiovisuales, de las tecnologías de la información y comunicación, los cuales auguraban un cambio del sistema escolar convencional, ofreciendo alternativas de educación fuera de las escuelas.

Dos expresiones del movimiento reformista de esta época fueron la edición de “La crisis de la educación”, de 1968 por P.H. Combs y “Aprender a ser”, un informe de la Comisión Internacional de la UNESCO, coordinado por E. Fauré. Sus diagnósticos apuntaban a que habían grandes expectativas sociales de la educación y que la institución escolar no era capaz de satisfacer, de ahí nacía la necesidad de crear alternativas fuera de la escuela, que complementaran su labor. Ejemplo de ello es la propuesta de “Aprender a ser” de la extensión en tiempo y espacio de la educación, en una “ciudad educativa”.

Luego vendrían propuestas más radicales, como la Marshall McLuhan, quien propone que la primacía del libro como método de enseñanza debe ser cedida a los medios audiovisuales y las nuevas tecnologías, cuyo alcance sería mayor que la propia escuela para reforzar la educación, vaticinando la extinción de esta institución. Ivan Illich hará una crítica global a “las instituciones del bienestar social”: la medicina, el transporte y la educación. La institucionalización en general, impidió la satisfacción de las necesidades simples (como el querer saber, el transportarse o el ser curado), generando segregación y nuevas definiciones de pobreza. La industrialización y la tecnologización han traído beneficios pero también han generado nuevos problemas sociales, como la contaminación, la excesiva programación que anula la autonomía y potencia la anomia y la frustración.

1. Olegario Negrín Fajardo, Teorías e instituciones contemporáneas de educación. Editorial Ramón Areces,2005. Pp. 129-135.

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